Mortadelo y Filemón

«AQUÍ TODO se hace al revés»: ése era el leitmotiv de las cartas remitidas desde Japón por los misioneros españoles a mediados del siglo XVI. Ahora estamos a comienzos del XXI, pero cabría decir lo mismo a cuento de lo que sucede en el mundo. Todo se ha vuelto del revés, y no precisamente para dar cabida a los lobitos buenos y las brujas hermosas de aquel poemilla de José Agustín Goytisolo que cantaba Paco Ibáñez. Leer la prensa –cójase el periódico por donde se coja– es asomarse al desatino, pues desatinos son, por poner tan sólo dos ejemplos, las charlotadas que han protagonizado en los últimos días un matahari electrónico, los gobiernos de varios países de la Unión Europea, los títeres de cachiporra del teatrillo de marionetas iberoamericanas dirigido por el mamarracho bigotudo que heredó la hacienda del petrolero Chávez y los aguafiestas al servicio del imperialismo abertzale que han desplegado una ikurriña en la fachada del Ayuntamiento de Pamplona cuando el mocerío se disponía a vitorear el chupinazo. No cabe analizar aquí el psicograma y psicodrama de las dos idioteces a las que aludo. Me limitaré a la primera. De idiotas, en efecto, es denunciar delitos de espionaje (Snowden) y llamarse a escándalo por ello (los políticos y los periodistas) en un mundo donde todos somos espiados a todas horas por los servicios de inteligencia, los gobiernos, las instituciones, los partidos, las empresas, los bancos, las agencias de publicidad, nuestros jefes, nuestros subordinados, nuestros cónyuges, Rubalcaba (en su día), los de Método Tres y los James Stewart feúchos de la indiscreta ventana de enfrente. ¿Le molesta, amigo, que lo espíen? Pues empiece por renunciar a todos los artilugios de la telefonía móvil o apague, por lo menos, sus baterías cuando vaya a decir algo que no quiere que se sepa, olvídese de internet, de las redes sociales y del correo electrónico, no utilice tarjetas de crédito ni de débito, desconecte el GPS y póngase una capucha cuando salga a la calle. Eso, como mínimo, pero mejor que no viaje en avión, no domicilie en el banco sus nóminas y sus recibos, no almuerce en La Camarga, se corte la lengua, borre sus huellas digitales, modifique (no sé cómo) su ADN y mire a ver si hay algún micrófono en la punta de su nariz o en los pezones de su novia. ¿Snowden? No. Mortadelo y Filemón. De Medievo Morales y de los galopines de la ikurriña me ocuparé otro día.